Crítica del escritor nicaragüense Guillermo Goussen Padilla
RINA RODRÍGUEZ SALAMANCA:
UNA ARTISTA QUE CONSTRUYE EL ESPACIO
PARA CONTARNOS HISTORIAS
Mis espacios son frágiles: el tiempo va a desgastarlos, va a destruirlos: nada se parecerá ya a lo que era, mis recuerdos me traicionarán, el olvido se infiltrará en mi memoria, miraré algunas fotos amarillentas con los bordes rotos sin poder reconocerlas.
GEORGES PEREC
Lo primero que me viene a la mente al ver la obra de Rina Rodríguez Salamanca es que está en total concordancia con lo que siempre he pensado de mi país: un lugar de paso en el que las continuas migraciones y sus expresiones culturales fueron dejando su impronta como el sol suele fijar los colores en una naturaleza que despierta bajo la perenne primavera del trópico.
No digo que haya una suerte de determinismo al estilo Leopoldo Taine (quien intentó explicar la obra artística a partir del ambiente y la época del autor) en la pintura de Rina, sino que la obra plástica de esta artista es como una especie de sinécdoque de lo que a nuestro país le ha tocado vivir por su posición geográfica, histórica y ahora cultural dentro de este mundo globalizado sobre todo en la imagen.
Rina ya maneja con destreza la técnica, tanto en la plumilla, el óleo, como en el grabado, la colografía, la monotipia, etc. Pero lo que más me atrae ?sobre todo en la plumilla- es que columbro a una dibujante de primera, cuyo trazo no titubea a la hora de profundizar en su mundo ancestral, literario y mítico. Es cierto, por ratos coquetea con la moda naíf (ya muy nicaragüense desde que Cardenal la acogió en Solentiname); sin embargo, ella la dota de profundidad y su perspectiva no es tan ingenua; o sea, está más cerca de Frida Khalo que de los pintores primitivistas.
En la plumilla, lo que más provoca la mirada es la narrativa que encierran sus cuadros, los relatos que hay detrás de cada obra, los circos y andurriales que la mano de la artista nos hace recorrer, los cuentos de caminos y nocturnos que nuestro mundo infantil degustó con miedo singular, cuando las noches eran pretexto para la imaginación.
El grabado y las otras técnicas de impresión son el espacio para la experimentación, para acercarse a la abstracción, donde muy probablemente Rina termine por encontrarse. Es ahí donde descubriremos el volar de nuestra artista, sus tanteos nos lo presagian, son un asomo al mundo que siempre está en otra parte.
Como país de paso, Nicaragua ha sufrido todas las influencias ?más para bien que para mal, pese a los gringos- que su posición geográfica le ha brindado. Pablo Antonio Cuadra, en su ya multi citado libro sobre el nicaragüense, nos habla de que somos una nación de viajeros, y se apoya en Darío para mandarnos a recorrer el mundo. No creo que haya sido así, la guerra de los ochenta y la diáspora subsecuente nos lo han demostrado: el pinolero sólo sale por una necesidad muy urgente, de muerte.
Entonces, ¿a qué me refiero si digo que nuestra posición geográfica nos ha mandado a viajar y no necesariamente de manera física?
A que hemos podido vivir las mil una influencias en la cultura ?por supuesto, también en la política, pero eso es otro asunto por ahora.
Rina es un vivo ejemplo de ello, y es en sus óleos donde esto se vuelve patente: nos da un tour de force que va de Magritte a Varo, de la ya aludida Khalo a Gauguin, de Matisse a Rivera, etc., nos lleva a la Venecia y su mascarada y nos coloca en la cuerda floja de la funambulista para tocarnos el alma, nos provoca la caricia del mar de un Sorolla, y todo sin perder por un solo momento eso que llamamos nuestra nicaraguanidad.
Todavía retumba en el caracol de mi cerebro la imagen del punche que sostiene, a modo de isla cultural y arquitectónica, ese espacio de lagos y volcanes propenso a los movimientos telúricos que hasta pueden provocar un maremoto, ahora llamado pomposamente tsunami.
México,30 de octubre de 2013